Mateo 16
24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Este versículo es un desafío que plantea Jesús a los que desean ser sus seguidores. Son tres los requerimientos:
• Niéguese a si mismo
• Tome su cruz
• Sígame
En esta ocasión quisiera abordar el segundo requisito que pone Jesús a quienes desean seguirlo;” tome su cruz”. Ir en pos de Jesús implica junto a la negación de uno mismo, es decir, renunciar a su vida para que Jesús la amolde a su antojo, vivir una vida de consecuencia con la cruz de Cristo.
La cruz es asociada rápidamente con Cristo y su cruz. Como hemos hablado estos días atrás, ese trozo de madera rustica y astillosa, de apariencia humilde, al recibir en ella el cuerpo de Cristo se transformó en su cruz, cruz donde Cristo hizo de ella:
Un lugar de remisión
Un lugar de humillación
Un lugar de poder
Un lugar de expiación
Un lugar de sustitución
Cuando Jesús nos invita a tomar nuestra cruz, nos está pidiendo que nuestra manera de vivir, este ir en pos de Jesús, es decir, el cristianismo, este direccionada por la misma cruz de Cristo y su obra por la humanidad. La cruz de Cristo se extrapola o proyecta en nuestras vidas generando nuestra propia cruz, que es la necesaria de tomar si queremos ir en pos del maestro. Por lo tanto, debemos considerar lo que ocurre en la cruz de Cristo y ver como eso debe afectar nuestras vidas.
La cruz un lugar de remisión.
Cristo en la cruz perdono nuestros pecados y ofensas, no importa cuán graves y abominables fueran, Cristo los perdono. Al proyectarse sobre nosotros este acto de remisión de pecados, recae en nosotros la absoluta necesidad de ser hombres y mujeres con un genuino sentido de arrepentimiento de los pecados cometidos y redimidos. Para que la remisión tenga sentido en nuestras vidas, es necesario que vivamos con un sentimiento de arrepentimiento por nuestra vida de pecado. Debemos sentir un profundo y genuino dolor por haber pecado, debemos sentir un real y verdadero pesar ante Dios por nuestro impío caminar que requirió la remisión, junto a lo anterior, es preciso una certera convicción de no volver a cometer las mismas faltas.
La cruz es un lugar de humillación.
En la cruz Jesús se humillo a si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Cristo, el Dios mismo, se sometió a su condición humana y en tal condición acepto una angustiante muerte por los pecadores.
La proyección de esa humillación genera para nosotros el requerimiento de una vida adornada de humildad, para con los hombres y especialmente
con Dios, lo cual no es fácil, pues por naturaleza somos inclinados hacia el orgullo, hacia ese exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales nos creemos superiores a los demás. Este sentimiento inspira en nosotros entre otros la autosuficiencia, la arrogancia, el despotismo, la vanidad. Por estos sentimientos nos cuesta ubicarnos en el mismo plano de prioridades y de atención que los demás, siempre anhelamos estar sobre ellos. Lo mas terrible es cuando estos sentimientos nos impiden humillarnos debidamente ante Dios, su omnipotencia y poder. Ello nos lleva por ejemplo a que la oración sea innecesaria, y que la lectura bíblica no sea de nuestro interés, ¿para que acudir diariamente a Dios mediante la oración?,¿en que podría ayudarme el consejo de la Palabra de Dios si yo sé muy bien cómo llevar mi vida?. Bien dijo Billy Graham: ”el orgullo es el pecado que más vidas arrastra al infierno”.
La cruz un lugar de poder
La expresión del apóstol Pablo “la Palabra de la cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es a nosotros, es poder de Dios”, nos revela que la sangre de Cristo en la cruz creo un nuevo idioma. La cruz de Cristo proyecta en nosotros la necesidad de conocer y usar ese idioma. Un idioma lleno de conceptos y preceptos que el hombre naturalmente se ve impelido a rechazar, pues esos principios y valores se oponen a la formas y costumbres de vida predominantes en las personas. Este idioma solo se entiende cuando el hombre nace en Dios y la fe llena su corazón. Aprendemos a perdonar, aprendemos a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, aprendemos a dolernos con el dolido, aprendemos que es mejor dar que recibir. Creemos en la resurrección de los muertos y la vida eterna y esperamos cada día la venida del Señor.
La cruz un lugar de expiación
La expiación es usar un inocente para cubrir los pecados ajenos. En el antiguo pacto de Dios con Israel, era la sangre de un animal inocente la que cubre los pecados y maldades de quien ofrecía el sacrificio, sangre depositada en el propiciatorio como ofrenda a Dios. La cruz fue el propiciatorio para recibir la sangre del inocente Cordero de Dios entregado para cubrir nuestros pecados. Esa imagen proyecta en nosotros la necesidad de estar dispuestos a cubrir a nuestro hermano, en sus momentos de debilidades, de apuros, de dudas, de necesidades. Así como Dios nos cubrió de su misericordia, cubramos nosotros a nuestros hermanos con misericordia, misericordia a través de una oración profunda por ellos, una palabra de consuelo, una palabra de orientación, con oírle o con una mano generosa extendida hacia ellos.
La cruz un lugar de sustitución
Ciertamente los que merecíamos morir en la cruz a causa de ser pecadores, éramos nosotros, pero Cristo tomo nuestro lugar en esa horrenda cruz. La cruz con Cristo sustituyéndonos, proyecta para nosotras un desafío: Cristo tomo nuestro lugar, tomemos hoy nosotros su lugar. Hoy día Cristo estaría llevando su mensaje de salvación a las personas, por lo tanto, cada uno de nosotros debe hacer serios esfuerzos en llevar este mensaje a las personas. Miles van al infierno y Jesús desea mostrarles un escape, pero Él no está aquí, por lo tanto, nosotros debemos sustituirle y llevar por Él este mensaje de salvación al mundo, con los medios, habilidades y capacidades de cada uno. Hermano busque forma de llevar este mensaje a otros.
Estimados seguramente usted al igual que yo, anhelamos ser genuinos seguidores de Cristo, por lo tanto, considere usted estas líneas, pues para ir en pos de Cristo, es necesario que cada uno de nosotros tome su propia cruz.