Sal 24:1
Salmo de David.
De Jehová es la tierra y su plenitud;
El mundo, y los que en él habitan.
Sal 24:2 Porque él la fundó sobre los mares,
Y la afirmó sobre los ríos.
Sal 24:3 ¿Quién subirá al monte de Jehová?
¿Y quién estará en su lugar santo?
Sal 24:4 El limpio de manos y puro de corazón;
El que no ha elevado su alma a cosas vanas,
Ni jurado con engaño.
Sal 24:5 El recibirá bendición de Jehová,
Y justicia del Dios de salvación.
Sal 24:6 Tal es la generación de los que le buscan,
De los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob.
Los primeros 6 versículos del salmo 24 de dividen en dos clara secciones. En la primera el salmista deja claro la magnificencia de Dios, su grandeza y supremacía sobre el mundo, incluyéndonos obviamente. Este esfuerzo del salmista permite ubicar al creyente en una real y correcta dimensión ante Dios su grandeza y santidad celestial.
Cuando el escritor ha logrado que estemos claramente ubicados en nuestra dimensión humana, plantea una compleja pregunta: ¿Quién subirá al monte de Jehová?, ¿Y quién estará en su lugar santo?. En otras palabras, ¿qué humano, que solo es una minúscula parte del mundo, podrá estar ante Dios santo y eterno?.
Seguramente a nuestra mente saltan muchos de los atributos que nosotros asociamos a un cristiano, pero si leemos con cuidado, el escritor bíblico da un listado de cuatro características que deben tener los que aspiran a llegar al lugar santo de Dios.
a.- El limpio de manos, es decir el hombre que sus manos representación de su cuerpo físico, no usan su cuerpo para ofender a Dios, ni para causar dolor a su prójimo ni para provocarse daño a si mismo, es decir, hombres y mujeres que con su cuerpo se niegan a servir al pecado, huyen del adulterio, la fornicación, el robo, los vicios y otros pecados de la carne.
b. El puro de corazón, aquel hombre o mujer que limpian su corazón ante Dios, sacando de él las cosas que contaminan su pensar, su actuar, su vivir. Están en una constante lucha contra la envidia, el egoísmo, la lascivia, la prepotencia, la vanagloria, huyen de una aparente santidad engañosa que fuerce su corazón del buen consejo de Dios.
c. El que no ha elevado su alma a cosas vanas. Elevar el alma es una forma de expresar la sumisión de los sentidos y los afectos del hombre por algo determinado. Los creyentes solo rinden y someten su corazón a Cristo. Los ídolos, las banalidades de la vida, el amor a las riquezas no son el foco en su vida. El poder compartir con los demás lo logrado en la vida llega a ser importante, la carencia del mas desposeído es una preocupación propia.
d. Quien no ha jurado con engaño. Para los hebreos y en general en las sociedades orientales, el juramento era algo muy delicado y serio, jurar era un compromiso público con la verdad. Si uno juraba, se daba por sentado la veracidad de lo jurado, por lo tanto, jurar con mentiras dañando al prójimo, podría haber llegado a ser muy serio para el acusado, por eso el salmista advierte que un buen hombre no jura con engaño. La verdad siempre debe ir delante, ella debe ser el baluarte de cada creyente. Cuando mentimos, no solo engañamos a los hombres, sino que ofendemos a Dios mismo.
Como podemos ver en el listado de las cuatro características de los que aspiran a llegar al lugar santo de Dios, no hay tareas y trabajos cristianos, sino un llamado a un serio esfuerzo por ser buenas personas, buenos vecinos, buenos hermanos, y así nuestro trabajo en la obra del Señor tendrá recompensa real y fructífera.
Los que hacen estas cuatro cosas, son denominados la “generación de los que le buscan”, seamos parte de esa generación, seamos parte de ese grupo que aspira a ser un mejor creyente en Cristo.
Un abrazo y bendiciones.
Juan Guamán Rivas