
“¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.” Salmos 42:11 “Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá.”
Miqueas 7:7
Cantamos himnos cada jornada dominical, en tanto que nos elevan a un éxtasis espiritual en torno a este tema, himnos con letras tan profundas como “poderosas”, tal como exclamó Isaías: “//Los que esperan, los que esperan en Jehová//, como las águilas, como las águilas, mis alas levantaré… Correré y no me cansaré, caminaré, no me fatigaré, nuevas fuerzas tendré, nuevas fuerzas tendré, porque espero, porque espero en el Señor” (Y no mienta… Lo leyó cantando). Pero la esperanza debe tener un real significado en nosotros, más profundo, de mayor importancia y relevancia en nuestras vidas, que al vivirla a consciencia sea superior a un simple incentivo motivacional (Aunque en el fondo, y al final de cuentas, si nos produce una motivación especial).
En épocas sociales, económicas y políticas de estrepitosos altibajos, de gran complejidad y únicas como las que a esta generación les ha tocado vivir, es necesario que el cristiano, el hijo de Dios hoy no pierda el norte, porque finalmente estas turbulencias globales que parecieran girar en círculos lejanos, inevitablemente se transformarán en asuntos personales y afectarán nuestro entorno íntimo y próximo: laboral, familiar, social, ético y moral (Y ahí debemos estar, firmes para defender la fe y nuestros principios).
Es necesario aprender a esperar y alimentar nuestra esperanza: Alimentarla en nuestras tribulaciones y por Su Palabra.
1. En nuestras tribulaciones Pareciera ser que podemos escuchar a Pablo, aconsejándonos tan veraz y audiblemente como antaño:
“También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.” (Romanos 5:3-4) Debemos vivir conscientes y confiados que, el sufrimiento terrenal y corpóreo del cristiano produce perseverancia, y perseverar en este camino va moldeando el carácter del cristiano (como el oro en el crisol), y mientras nos dejamos moldear en las manos del Maestro, la esperanza crece.
¿Y cómo es que todo el proceso de pruebas y tribulaciones, desencadena esperanza? Por Dios mismo… Nunca estamos solos. Es en Sus promesas que encontramos consuelo y fortaleza; así que debemos “mantener firmes, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.” (Hebreos 10:23). Y cuándo Dios se revela a nuestras vidas y entendemos esto, es que Él transforma nuestro llanto y nuestra angustia en alegría, pues esperamos en las promesas de un Dios fiel y podemos cobijarnos confiadamente bajo sus alas protectoras. Por eso anhelamos Su presencia, para que “el Dios de esperanza nos llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.” (Romanos 15:13)
2. Por Su Palabra Es imposible siquiera pensar en esperar verdaderamente en Dios si no le conocemos, si no contrastamos Su Palabra con nuestras vidas, como un espejo. Es (un importante) deber del cristiano alimentar Su esperanza en Dios, aprendiendo de Él, escudriñando las Escrituras y sentándonos a Sus pies para aprender de Sus promesas, ya que “alumbrando los ojos de nuestro entendimiento, sabremos cuál es la esperanza a que Él nos ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:18), recibidas inmerecidamente pues solamente somos “quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.” (Colosenses 1: 27). Cristo en nosotros nos llena de paz y gozo, porque nos ha revelado sus riquezas y promesas… Esperar en Dios nos obliga a amar Su Palabra, y el salmista lo tenía claro: “Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque Tú eres el Dios de mi salvación; en Ti he esperado todo el día.” (Salmos 25:5), “mi escondedero y mi escudo eres Tú; en Tu Palabra he esperado.” (Salmos 119:114) y “Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en Su palabra he esperado.” (Salmos 130:5)… Esperar en Dios nos obliga a amar Su Palabra, pues en ella encontramos Sus promesas, encontramos refugio, nos da paciencia y carácter ante las pruebas, y nos llena de alegría.
Y leyendo las Escrituras encontramos la más grande promesa de Dios dada a la humanidad, por medio de la pasión de Jesucristo: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” (1° Pedro 1:3).
Aristóteles dijo que la esperanza es el sueño del hombre despierto… Y la resurrección no es un simple sueño generado a partir de un contundente plato de porotos, al dormir: Este suceso alberga nuestra más grande esperanza, nuestro más grande sueño consciente, el evento que anhelamos vivir todos los cristianos, alcanzable solo por Su divina Gracia. Aún más, la resurrección no es solamente un acontecimiento en el que albergamos nuestra esperanza… Renacimos para una esperanza viva, nuestra esperanza en su máxima expresión: el fundamento de nuestra fe.
“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.”
1° Corintios 15:13-20
¡Él ha resucitado! Por tanto, “esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón.” (Salmos 31:24)
Para concluir estos párrafos, y como puntapie inicial a la próxima reflexión, nos queda preguntar: ¿Qué, en nosotros, es garantía de nuestra esperanza? La Sola Fide. “Pues es la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1)… La relación entre ambos es recíproca: La fe es garante de nuestra esperanza, y nuestra esperanza nos proporcionará las herramientas para creer: Perseverancia, carácter, gozo, paz y porque “si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.” (Romanos 8:25)
Por eso deben permanecer estas dos: La fe y la esperanza… Y la que es mayor que ellas.