(18/11/2020)

Tenía 8 o 9 años de edad cuando en la Iglesia, predicaron acerca del camino de la salvación. Hacía poco que habíamos empezado a asistir a la Iglesia, así que mi cultura de las escrituras, no solo era limitada por mi edad, sino también por mi poca familiaridad con ella. A medida que el predicador hablaba del camino a la salvación, yo lo iba asociando a los caminos que yo conocía y que eran para mi semejante a lo que el predicador describía. Al oírlo lo iba relacionando con los múltiples senderos que había en el Cerro Chena, un lugar que muchas veces con mis padres y hermanos visitábamos.

Un camino ancho apto para el paso de animales y carretas bordeaba el cerro, desde ahí se veía y se podía ir con mucha facilidad a la “mina de sapolio”; (tierra blanca y que con agua y un poco de detergente se usaba para limpiar y dejar brillantes los cubiertos, se usaba en vez del sapolio comercial), nosotros llenábamos pequeños saquitos, pero mi papá no nos dejaba ir solo, pues según él podía haber derrumbes y solo sacábamos de la entrada y junto a él.

Pasada esa “mina de sapolio”, había un sendero que subía al cerro, no enfrentando la cumbre más alta sino rodeándola, era más fácil subir por ahí, rodeada de verde pasto y muchas flores silvestres y no había mayores riesgos. Cuando se llegaba a la cumbre de esa subida el espectáculo era maravilloso, una gran pradera verde. El pasto era más verde que en el pueblo, flores de hermosos colores, mas fuerte y vivos que en la subida y ahí en medio de ese gigantesco prado un árbol, no sé qué tipo, pero era amigable con su sombra par los caminantes, que hermoso final para aquel camino que habíamos tomado para subir, así que no tenía dudas, ese era el camino del que el predicador había hablado.

Han pasado los años y he aprendido que el camino predicado no era mi viejo camino del cerro Chena, sino Cristo, “Cristo es el camino”, claro que este camino no siempre es tan placentero como mi camino de niño, junto al pasto y la flores hay escollos, lagrimas, enfermedades, luchas, incomprensiones y traiciones. La otra gran diferencia es que el llegar al final del camino no hay una gran pradera con el enorme árbol en medio. Al final de este camino esta Jesús, listo para enjugar tus lágrimas, está listo para curar tus heridas, está listo para darte pan y agua sin falta.

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