1 Corintios 2
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.
2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;
4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
5 para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

La Biblia es un libro lleno de grandes historias y vivencias que tiene un denominador común. Abraham sube por el monte con su hijo a su lado, seguramente piensa en lo que pronto debe hacer, pero para él lo más importante es obedecer a Dios y en su corazón guarda la esperanza y confianza que Dios proveerá, para librar a su hijo de la muerte, pero pasa el tiempo y nada, Dios no cambia los planes y ya su hijo está atado y el cuchillo preparado para el sacrificio y cuando ya parece que la suerte está echada, Dios interviene proveyendo y sustituyendo a Isaac por en carnerito.
Moisés está siendo presionado por una situación terrible, enfrente el Mar Rojo corta el paso de el y su pueblo, detrás la nube de ‘polvo de los carros de faraón que viene a destruirles. No hay salida, no hay escape, pero Dios interviene y las aguas del mar se abren para que puedan escapar.
Más de 40 años más tarde Josué esta frente a los muros de Jerico, muros altos, enormes e infranqueables. Las huestes de Israel se ven como langostas ante su imponencia. Dios da la orden y solo por obedecer y tener fe los muros caen, sin intervención humana.
Mientras los soldados de Israel se esconden del magnífico gladiador Goliat, David que solo visita el campo de batalla siente que se ofende a Jehová y sin temor y solo con una honda y unas piedras enfrenta a Goliat quien cae derrotado ante el joven pastor de ovejas.
Daniel por ser fiel al culto y la adoración a Dios es castigado injustamente en el foso de los leones, en la lejana Babilonia. La boca de aquellas feroces bestias fue cerrada y no sufrió ningún daño, durante toda la noche que permaneció en ese lugar.
Y tantas otras tantas gestas y acciones de simples hombres y mujeres que fueron socorridos por el poder de Dios. El mismo poder que opero en los innumerables milagros que hizo el Señor Jesús en su ministerio terrenal.
Poder de Dios, ese algo extraordinario fuera del alcance de las capacidades humanas y sus habilidades, fuera de la capacidad de comprensión de los humanos.
Poder que en su máxima expresión opera en el corazón del hombre quebrantándolo y cambiándolo de uno de piedra insensible a las cosas morales y a la bondad, lleno de egoísmo, un corazón alejado de Dios a causa del pecado que habita en él, inclinado y dado a los vicios y placeres banales de la carne, un corazón ajeno a la piedad, al dolor por el sufrimiento del más débil. Ese corazón es cambiado por uno nuevo, afecto a los principios morales de Dios, un corazón que siente bondad y piedad por sus semejantes, un corazón que se duele y actúa en amor con el más débil, por estar lleno de generosidad y amor. Poder de Dios que tiene una prueba irrefutable en nuestras propias vidas cambiadas y transformadas por Dios.
Cuando el apóstol Pablo le escribe a los Corintios, la Iglesia está en su albor, está tomando forma en cuanto a sus doctrinas y enseñanzas. Las visitas apostólicas y sus posteriores comentarios conforman las epístolas Paulinas, que es una de las principales fuentes de generación de la actual Biblia. Los otros apóstoles también hacen un trabajo misionero y aunque no son tan prolíficos en la generación de escritos, también escriben algunas cartas, que contiene interesantes y necesarios pilares de nuestra fe. El cuidado que tiene el apóstol es dejar muy en claro, que toda esta generación de enseñanzas que conforman nuestra fe, no está basada en la sabiduría y conocimiento humano, sino en el poder de Dios. El apóstol Pablo tenía claro que el y los demás forjadores de nuestra fe, solo interpretaban el sentir del Espíritu Santo para con su Iglesia,
La doctrina cristiana, es decir nuestra fe, está basada en el poder de Dios. Las enseñanzas, comentarios y revelación de esas doctrinas las hallamos en la Biblia, por lo tanto, la Biblia contiene el poder de Dios mismo. Poder que actúa en el hombre y la mujer que con fe la lee con reverencia. Poder que también actúa cuando nosotros se la exponemos con claridad y simpleza a los que no conocen al Señor.
Ese poder que abrió el Mar Rojo, que guio la piedra que lanzo David directo a la frente de Goliat, que cerró la boca de los leones para cuidar a Daniel, que limpio al leproso que pidió misericordia, que levanto al paralitico que por años permaneció junto al Estanque de Betesda, que hizo ver a Bartimeo el ciego, impregna cada hoja de la Biblia y llena nuestro corazón, nuestra alma e impulsa a nuestro espíritu cuando la leemos con fe y devoción. Ayúdenos el Señor a que así sea en cada uno de nosotros. Amén-

Un abrazo y bendiciones

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